Los niños y los insectos alados forman una sociedad secreta, se
intercambian sus pequeños misterios y verdades, se cuentan mentiras y saltan y
bailan unos en torno a otros, en juegos de gente pequeña y soñadora. Los
insectos persiguen a los niños como hadas translúcidas y obcecadas que les hacen
reír o llorar a veces; los niños persiguen a los insectos como avezados
cazadores de quimeras, y en ocasiones los matan como castigo a su insolencia,
pero la mayoría de las veces se les escapan en un arabesco burlón, giran en
torno a ellos realizando acrobacias improbables y se quedan observando desde
lejos como les miran, como quien quiere alcanzar la Luna.
Otras veces se comunican sin palabras; el bichito se acerca efectuando sus
diminutos tirabuzones hasta aterrizar en la superficie del pequeño, y entonces
le cuenta en su lenguaje secreto sus viajes por los prados y los árboles, sus
batallas contra los depredadores, le habla de sus
conversaciones con las plantas, que también tienen su propio idioma y les gusta la caricia de los insectos cuando las están libando. El niño le habla de sus juegos, de sus canciones, de sus pequeños dramas: la tiranía de los mayores, la malevolencia de sus hermanos y de lo duro que es aceptar la disciplina que imponen sus maestros, aunque a veces se lo pasa muy bien.
conversaciones con las plantas, que también tienen su propio idioma y les gusta la caricia de los insectos cuando las están libando. El niño le habla de sus juegos, de sus canciones, de sus pequeños dramas: la tiranía de los mayores, la malevolencia de sus hermanos y de lo duro que es aceptar la disciplina que imponen sus maestros, aunque a veces se lo pasa muy bien.
El mundo de los niños y los insectos alados es un mundo mágico, un mundo
multicolor y eterno -porque los niños, como los insectos, son multicolores-
donde sus personajes están hechos para no perdurar; los niños dejan de ser niños
y los insectos se van con el otoño, pero a la siguiente primavera otros niños y
otros insectos vuelven a encontrarse (nunca bajarás dos veces al mismo río), a
soñar y a perseguirse en eterna danza de vida, siempre con los mismos
juegos.
Los niños y los insectos comparten primaveras de colores y de risas que
luego maduran en inviernos áridos; y en el invierno de la vida sobrevivimos bajo
el frío y la nostalgia los que antes éramos niños, sobreviven bajo el frío y la
nostalgia los que antes fueron libélulas o mariposas; unos y otros añoramos una
Arcadia de cantos y alegría, de despreocupaciones, y nuestro espíritu transmigra
hacia el pasado mostrando a su regreso una pequeña parte de aquel mundo a
nuestro ser viejo, enfurruñado, un poco muerto, que como el gran Cthulu aguarda
soñando.
Es entonces cuando, en medio del ajetreo cotidiano, en medio de una calle
ruidosa y atestada de humo y de coches, una parte del pasado regresa, con su
pequeño cuerpo acorazado y las alas extendidas, dibujando volutas en el aire
contaminado hasta posarse en nuestro hombro para contarnos al oído cómo van las
cosas por allí, qué hacen aquellos niños, aquellos insectos que fuimos nosotros
-niños e insectos, porque ya en la memoria se confunden- y, por un instante
nuestra mirada adquiere un brillo antiguo, y nuestro rostro, habitualmente
máscara, se ilumina con una sonrisa clara.
@Pacoespada1