lunes, 28 de noviembre de 2011

Mito, muerte y conciencia.



Posiblemente el paso más importante de la humanidad tal como la concebimos fue fortuito. Debió de ocurrir hace decenas de miles de años y consistió en algo que nos parece tan simple como la comprensión de la propia extinción y, como consecuencia, del hecho de existir.
Hubo un momento en la historia del hombre en que alguien (No tuvo que ser necesariamente un solo individuo; pudo existir un fenómeno de simultaneidad) ante la muerte de un ser próximo intuye la propia, y en consecuencia la existencia de la muerte en general. Esto nos enfrenta incluso hoy ante algo abstracto e incomprensible por su propia irreversibilidad, que afecta a todo aquello que es susceptible de tener vida y que nos afecta por nuestra falta de experiencia sobre la “nada”. El impacto que debió de producir este descubrimiento en aquel que por primera vez se asomara al vértigo del no ser transformó su forma de pensar y, paulatinamente, de los que le rodearon y le sucedieron. ¿Dónde colocar la identidad de aquellos que se habían descubierto a sí mismos poniendo el Yo en lugar del Tú imperante hasta entonces, a partir de la antítesis del no existir frente a la propia existencia?
El temor que provoca el dejar de ser; para quien solo conoce la existencia es una experiencia que acompaña al individuo desde el momento en que tiene conciencia hasta su muerte. Algo parecido ha debido sucederle a la especie humana y es un elemento que hasta que no se demuestre lo contrario, nos diferencia del resto de las especies.
La auto-conciencia mantiene una relación dialéctica con la muerte cuyo concepto no se puede afrontar desde la propia experiencia; ello lleva a un intento desesperado de justificación de la vida como germen de una expansión de la vitalidad más allá del límite que conocemos en los demás. Trascendencia.
La relación con el otro se torna valiosa, emocional en un sentido humano, los demás son reflejo de uno mismo en lo efímero del ser, los demás son imagen especular de uno mismo y de los demás dependen la propia vida y muerte, que adquieren, un sentido metafísico.
La cultura hasta entonces había sido rudimentaria, ya que su objetivo era la supervivencia colectiva en el plano material; pero a partir de ese instante cobra un valor distinto. La cultura tiene que buscar para los individuos la supervivencia más allá de la propia muerte, adquiere valores trascendentales y se humaniza. Hasta entonces el hombre había dialogado con la naturaleza como algo que esta fuera; pinta bisontes como imágenes de aquellos animales que desea cazar. Después del autodescubrimiento aparecen humanos cazando. También celebra el hombre ritos funerarios, honrando las tumbas de sus semejantes con adornos naturales o manufacturados.
No es ajena al descubrimiento de la muerte y al desarrollo de una cultura de tipo espiritual, la aparición del mito. El mito es un primer esbozo de lo que será después el mundo racional; se trata de un primer intento de explicar aquello que es inasequible a la propia experiencia.
Un hombre mira al sol, lo ve todos los días prácticamente desde que nació y sabe que los que ya han muerto lo vieron desde su nacimiento; sabe que es fuente de calor y de alimentos. Los hombres mueren y el sol siempre está ahí, igual que los demás astros, las montañas y los ríos, los desiertos y el mar. De alguna forma estos fenómenos tienen un poder muy superior al suyo. Ellos no mueren; luego serán necesariamente dioses. El hombre ha creado un nuevo concepto: además de existir la vida, también existe la divinidad, que trasciende a la vida, es trascendente en sí misma.
Ahora hay algo que puede explicar la propia existencia, y al tiempo salvar el abismo conceptual que implica el no ser: la inmortalidad como algo que se puede observar todos los días; entonces, ¿por qué no una inmortalidad propia aunque sea bajo otra forma, menos radiante que los astros, pero mucho más importante para los hombres, ya que es la continuación de la substancia propia?
Todo este proceso no se produciría de la noche a la mañana, puede que tardara algunos milenios en decantarse, pero sin ése salto a la conciencia no seríamos, para bien o para mal lo que ahora somos.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Isla Tortuga

Esta es, naturalmente, una historia de piratas.
Como  tal, su centro de operaciones es la mítica Isla Tortuga. Quizá no todos sepáis el origen de la asociación entre esta isla caribeña y los bucaneros.
Hubo una época en que la Tortuga era una isla  habitada por cazadores de cerdos y de vacas asilvestrados, que vivían del comercio de esta carne, que ahumaban colocándola sobre una especie de parrilla llamada “bucán” – de ahí el nombre con el que se harían famosos – y que luego vendían a los barcos que pasaban por las inmediaciones, naturalmente de contrabando.
Las autoridades de la zona, a la sazón españolas, que detentaban el monopolio del comercio en el Caribe no veían con buenos ojos estas actividades; así pues, el Virrey de La Española envió una expedición de castigo contra la isla. Los habitantes de esta fueron masacrados sin piedad, hombres, mujeres, niños… pero fueron muchos los que se salvaron porque se encontraban cazando en el interior de los espesos bosques que había en la isla. Cuando regresaron al poblado y se encontraron el terrible panorama se juramentaron – eran todos hombres duros de pelar, y el ejercicio de la caza los había convertido en tiradores certeros – para, a partir de ese momento, no perdonar a ningún barco que se cruzase en su camino. Así nació la Hermandad de la Isla de la Tortuga.
Y fue así como se inició  una aventura que quizá causó más estragos al comercio del Caribe y trasatlántico que las propias fuerzas de la naturaleza. Y yo me pregunto: ¿Mereció la pena no hacer un poco la vista gorda y castigar de un modo tan cruel a unos contrabandistas inofensivos?
Hoy existen otros Caribes: entre ellos el editorial y el informático; en ellos navegan piratas de la talla de Sir Francis Drake o Sir Walter Raleigh – quién no ha oído hablar de los hackers y crackers - , también hay autoridades y potentados que ejercen el monopolio comercial mediante el sistema de patentes y, por último, sencillos bucaneros. Estos preparan en los modernos bucanes copias de diversos productos que luego venden a pequeña escala y a precios mucho más asequibles que los originales, aunque la mayoría lo hace gratuitamente mediante descargas en la red.
Las autoridades, celosas del monopolio suelen atacar a estos últimos (a los Drakes les tienen más respeto o miedo) y pretenden castigos desproporcionados por la copia de un libro o de un CD, han creado un canon absurdo que todos conocemos –y esto en nombre de la “propiedad intelectual”.
No hay mayor defensor de la propiedad intelectual que yo; sería tonto si no lo fuese, ya que pretendo ser escritor. Pero tal derecho oculta ciertos abusos amparados en un régimen de monopolio. Si una empresa tiene la patente de un programa informático, por ejemplo, puede ponerle el precio que le dé la gana, ya que no va a tener competencia durante un tiempo en ese mercado, y no todos podemos pagar ochocientos euros por un programa.
Se pueden defender estos precios basándose en el echo de que desarrollar un producto tecnológico resulta muy caro, pero si otro producto similar sale al mercado el precio del primero puede caer hasta la mitad – en competencia perfecta – lo que contradiría la primera afirmación. Entonces, ¿no sería mejor para todos reducir los precios desde un principio?
Tal vez así se podría evitar buena parte de la piratería, de paso se vería reducida la brecha tecnológica entre los que tienen y los que no tienen y por último, quizá pudiera desviarse parte de los impuestos que ahora se usan en atacar a esta Isla Tortuga moderna en cosas más necesarias para esa gran mayoría de la sociedad, los que no vivimos de las patentes.

martes, 15 de noviembre de 2011

El llobádigo

Estoy en la sierra, escucho aullidos detrás de unas lomas alejadas; los lobos de Sanabria se deben de estar llamando, acaso se reúnen para realizar alguno de sus misteriosos rituales, esta será noche de cantos a la luna o algo parecido. No puedo dejar de pensar en lo diferente que es la actitud de la gente de ahora
-principalmente la de ciudad- de la de nuestros mayores.
Ahora se piensa en los lobos como en el vértice indispensable de la pirámide ecológica, que como nos la presentaban en el colegio es un triángulo cuyo estrato inferior representa a los vegetales y el superior a los súper-depredadores, sin incluirnos a nosotros; pirámide cuyos moradores debemos proteger y respetar.
Los sanabreses, como los habitantes de cualquier otra zona rural hasta hace no mucho tiempo veían en el lobo a un enemigo al que había que exterminar; devoraba los ganados y si se descuidaban, a las personas, aunque no recuerdo haber oído hablar de nadie que haya sido comido por estos animales.
Pero hace años el lobo era tanto odiado como temido; tirano del invierno y de la noche, el temor que incitaba podía trasladarse más allá de lo real para instalarse en el reino de las leyendas y estas, como el rumor, se pueden convertir en lo más cierto de este mundo.
Aún recuerdo que de niño, era noviembre creo, en esa época en que nuestros bosques se tiñen de tristeza y la lluvia es compañía permanente, dijeron en un telediario que un lobo había atacado a una mujer por tierras de Galicia, ¿Orense tal vez?; rápidamente se propagó el rumor como un incendio, cada vez de mayores proporciones, sobre una manada de lobos que atacaba a las personas y que ya había entrado en Sanabria. Las mujeres alteradas comentaban que tal vecino había aparecido medio comido en algún pueblo de la sierra; yo lo escuchaba con oídos de niño asustado, aunque con ojos de futuro hombre racional, no por nada ya había visto a Rodríguez de la Fuente por la tele. La gente, sin embargo tenía pánico a esos lobos de hocicos ensangrentados y mirada infernal; algo lamentable, aunque inexistente. Así es el miedo.
Los pobres bichos no se habían comido a nadie, pero más allá del simple rumor resulta sorprendente, como supe mucho tiempo después, que tras el temor al lobo se ocultaba - en parte - un fenómeno de licantropía. Siempre pensé que la leyenda de los hombres lobo se circunscribía a los umbríos bosques de Europa central y de los Balcanes con variantes en otras culturas, como los hombres caimán y jaguar en las selvas americanas o los hombres oso entre los esquimales; pero aquí, al lado de casa se conservan restos de una tradición que aporta sus propios elementos originales a la siniestra leyenda.
El llobádigo o llobádiga llaman en nuestra tierra a una supuesta enfermedad que provocan los lobos, con una curiosa variante: no son estos animales quienes la contagian directamente, ni es necesario que muerdan o arañen a su víctima; son los perros que se han peleado con lobos o que simplemente hayan estado cerca de ellos los transmisores del mal. Tampoco se sabe que afecte a los adultos, sólo a los niños; basta que un perro haya estado en contacto con sus primos salvajes y se acerque a un niño para que este se convierta en infortunado candidato al contagio. Por supuesto, a los perros no se les permitía acercarse a los niños, pero también una persona que hubiera visto al lobo o que lo hubiera tenido cerca se convertía en agente del contagio, y estos parecían entrañar mayor peligro que los perros, según la creencia.
Mis informantes no se ponen de acuerdo sobre los síntomas, que podrían ser crecimiento de pelo, mejor dicho, le saldría vello por todo el cuerpo, le crecerían las uñas y los caninos y se transformaría en una suerte de animalito salvaje, o tal vez fuera una variante de la rabia. En el primer caso, no tengo noticia de que el cambio sea reversible temporalmente como ocurre con los hombres lobo al uso -personas normales durante la mayor parte del tiempo pero cuya naturaleza cambia ante fenómenos como la aparición de la luna llena-, parece un panorama ciertamente desolador para la víctima y los desgraciados familiares, no obstante existe una forma, ciertamente curiosa, de prevenir el maleficio.
Se trata de una ceremonia que por su estilo puede remontarse a una antigüedad remota, posiblemente precristiana. Parece consistir -no dispongo de muchos datos al respecto, lo confieso- en traer del monte una escoba blanca, de las que tienen la flor amarilla; una vez en casa se arroja la planta al fuego; cuando ha prendido, la madre o cualquier otra persona sospechosa de producir el contagio pasa los brazos y el pecho por el humo que despide la hoguera; este sencillo ritual parece bastar para que el peligro se aleje y el condenado a licántropo o lo que sea se salve. Una explicación racional consistiría en que los posibles microorganismos transmisores de la enfermedad sean destruidos por el humo que produce esa planta en concreto, yo prefiero la otra, ¿por qué no?, es más poética: Una fuerza oscura de la Naturaleza vencida por la magia; al fin y al cabo sólo es cuestión de puntos de vista.
Porque a nosotros, seres de la era eléctrica, del asfalto y de Internet, estas historias no nos parecen otra cosa que cuentos, supersticiones de gente ignorante, y al oírlas no podemos dejar de sonreír con indulgencia mientras nos parapetamos tras potentes ordenadores, usamos vehículos veloces y teléfonos móviles, tras habernos formado en las aulas de la ciencia racional. Pero ¿Pensaríamos igual si todas esas herramientas nacidas del progreso nos fueran negadas? Si viviésemos como nuestros mayores vivieron, en esos pueblos aislados y sin electricidad, en los que para salir de noche sólo se contaba con el amparo de una vela, cuando había que ir de madrugada a regar los campos por esos caminos oscuros, rodeados de bosques en los que cada sombra de árbol podía no serlo, mientras se escuchaba a lo lejos -o no tan lejos- el aullido de los lobos, acaso entonces, por muy racionales que seamos, ya no estaríamos tan seguros de lo que es y lo que no es, acaso entonces podríamos llegar a comprender lo que una tradición como esta del llobádigo significaba, mas allá del cuento de vieja.

EVOLUCIÓN HUMANA, ¿HACIA QUÉ?

A lo largo del tiempo la especie humana -mejor dicho, las distintas especies humanas- han evolucionado biológicamente en respuesta a los cambios que han surgido en su entorno natural. El hombre aprendió primero a caminar erguido, esto le permitió tener las manos libres para manipular objetos; su mandíbula se redujo a la par que sus dientes al consumir alimentos cada vez más fáciles de masticar, sobre todo gracias al descubrimiento del fuego que permitía su cocción; al tiempo, la caja craneana aumentaba de tamaño para dar albergue a un cerebro cada vez más grande y más potente; las cuerdas vocales se desarrollaron y apareció el lenguaje articulado...
Hasta que desarrolló herramientas y utensilios tan sofisticados que, en apariencia, ya no necesitó evolucionar en términos biológicos, ya que podía adaptar las condiciones del entorno a sus necesidades en lugar de adaptarse el ser humano a su hábitat.
Digo en apariencia, porque los humanos no podemos estarnos quietos y siempre tendemos a complicar un poco más las cosas. También es cierto que el hombre, como dijimos arriba, ha cambiado la evolución biológica por la llamada evolución social, es decir, que se transforma en un entorno creado por él mismo y condicionado por la cultura y la civilización.
Ahora, que parecían desfasadas aquellas concepciones que afirmaban hace unos decenios que el hombre en un futuro más o menos lejano estaría dotado de un cabezón enorme para dar cabida a un cerebro súper desarrollado, y un cuerpo enclenque, ya que con tantos dispositivos no le sería necesario realizar el menor esfuerzo físico, aparece el genoma.
Es cierto que ya no necesitamos evolucionar físicamente (de momento) para dar respuesta a los retos que nos lanza la naturaleza pero, como he dicho, no podemos estar quietos; por esa razón se han creado, por una parte, una serie de implantes ortopédicos que, en la mayoría de los casos, son muy beneficiosos para los usuarios, ya que les permiten andar, manipular, oír o incluso respirar. Otros, en cambio son más bien superfluos, como las prótesis de silicona, que en muchas ocasiones son absolutamente innecesarios, aunque se insista en diversos medios en que ayudan psicológicamente a quien las lleva - No nos engañemos, las opiniones vertidas en estos medios son a menudo simple publicidad encubierta que, con un barniz pseudo científico se utilizan para beneficiar a las industrias del ramo - una cosa es poner un implante de silicona a una mujer que ha sufrido una mastectomía y otra ponerse los labios más gordos sin necesidad. Espero que no se continúe exagerando esta tendencia o acabaremos pareciendo una mezcla de Robocop y el Inspector Gadget.
Por otro lado, en la era de la manipulación genética ya es posible la clonación de seres humanos, con lo que si te descuidas, cualquier día te ves a ti mismo tomando café en el bar de la esquina, o sorpresas similares.
Ya se pueden elegir los hijos "a la carta"; la tecnología potenciando el racismo. Imaginad a todos los padres queriendo tener hijos altos, rubios, con los ojos azules y súper inteligentes: el sueño de Hitler. ¿Y el resto qué? ¿a la basura?

También los científicos nos hablan de la detección anticipada de las posibles enfermedades que podamos contraer merced a las tendencias genéticas. ¡Lo que nos faltaba! Lo que van a tardar las empresas en solicitar estudios genéticos de los aspirantes a un empleo, para eliminar a aquellos susceptibles de desarrollar en un futuro lejano enfermedades peligrosas. Los conocimientos sobre genética no sirven hoy por hoy para curar todas las enfermedades, pero si pueden servir como factor de discriminación, lo cual no me parece un gran adelanto.
En los años ochenta hubo un movimiento dentro de la literatura de ciencia-ficción denominado Cyber Punk. Algunos autores de esta tendencia escribían sobre un futuro en el que el hombre, tal como lo conocemos, ya no existe. La humanidad se ha dividido en dos facciones que luchan entre sí: los mecanicistas, que han sustituido gran parte de sus órganos por instrumentos biónicos artificiales, y los reformistas, individuos mutados mediante la manipulación genética. Es un mundo dominado por una filosofía denominada poshumanismo, un mundo oscuro y peligroso, sin mucho sentido. Inhumano, en definitiva.
Creo que tanto los científicos, como las grandes empresas del sector deberían detenerse a pensar si están actuando con responsabilidad. Quizá un poco de ética humanista por su parte consiga que estos adelantos sean beneficiosos para la humanidad, porque la alternativa quizá sea ese mundo absurdo que crearon los muchachos del Cyber Punk.