miércoles, 20 de marzo de 2013

ANIMALIA


 Romualdo volvía de las vacaciones como adormecido. Las tres semanas que había pasado en un pueblecito al sur de Francia con unos familiares le habían sentado como el mejor sedante.
Bueno, quizá al principio fue algo más parecido a un laxante, parece ser que el problema se debio al agua, que estuvo unos días contaminada, pero después todo fue sobre ruedas.
El vuelo de regreso estaba siendo tranquilo, incluso agradable; sentada junto a él iba una chica preciosa, de su edad más o menos, que se había presentado como Monique e iba a Madrid con el objetivo de conocer España.
Romualdo se quedó un poco extrañado, sobre todo cuando la chica le dijo que pensaba ver la Alhambra, la Giralda, el Acueducto... y todo eso en Madrid. Romualdo guardó silencio respecto a la opinión que acababa de formarse sobre la chica; los ojos verdes rasgados y la cabellera negra de esta antes merecían un silencio piadoso que una opinión impertinente sobre sus dotes intelectuales.
Por de pronto, él ya se había ofrecido a enseñarle cuanto monumento quisiera ver en la capital ¡coño, como si quería ver la Torre Eiffel y el Coliseo!
De todas formas, recordó Romualdo, para brutos los paisanos del pueblo donde había pasado las vacaciones. El día de la fiesta mayor querían hacer un encierro con novillos -en el sur de Francia gustan mucho los toros-, pero el ayuntamiento, presionado por los del Partido Verde había prohibido mediante un bando que se utilizara ganado bovino en ningún tipo de espectáculo público.
Los del pueblo, ni cortos ni perezosos organizaron el encierro de todas formas, pero en lugar de toros utilizaron cuatro avestruces de la granja del tío Antoine, porque según declararon después los organizadores del encierro, el uso de estos animales no contravenía las órdenes municipales, ya que estos animales no eran ganado bovino.
El encierro fue accidentado y los avestruces resultaron más peligrosos que los novillos. De hecho hubo que atender a más de treinta mozos heridos por picotazos y patadas de los animales.
Monique le estaba contando que su padre era científico y que estaba estudiando con monos algo así como un fármaco contra la vagancia humana; Romualdo asentía con un poco de envidia. Quién pudiera presumir de un padre científico, o explorador o algo así! El suyo en cambio sólo era un madero, ni siquiera un Geo ó un Tedax, un simple policía de patrulla que atrapa a carteristas ó camellos con cien gramos de costo encima. Monique estaba tan orgullosa de su padre que llevaba hasta una foto suya en la cartera.
- Este es mi papá ¿A que es guapo?
Pues tampoco era para tanto Un tío de mediana edad con barba y un lamparón en la chaqueta. Un poco pija la niña, pensó Romualdo, aunque si conseguía que le dejara enseñarle Madrid no importaba que fuese pija, tonta ó que tuviera un padre asesino de monos. A los diecinueve años hay prioridades. Le sacó de sus pensamientos un grito que venía de la parte trasera del avión, giró la cabeza hacia atrás, hacia abajo y hacia el frente en una fracción de segundo, con tiempo escaso para enfocar la vista sobre un bulto negro del tamaño aproximado de una caja de zapatos que se desplazaba casi a la velocidad de la luz para desaparecer en la cabina de los pilotos, cuya puerta estaba solo entrecerrada.
No es que el amigo Romualdo viajara en primera, se trataba de un vuelo barato de esos en los que no dan ni cacahuetes rancios, por eso estaba en primera línea de combate. Tan cerca como para oir un dentro de la cabina que superaba las exclamaciones de los pasajeros... ¡Que ha sido! ¡Dios, que nos matan! ¡Era el Demonio! ¡Señora, que era muy pequeño para ser un terrorista!
Esto último lo decía un fumeta con rastas que se había pasado medio vuelo cantando en susurros, unas veces el himno del Atlético de Madrid y otras el del Barça.
Una azafata entró en tromba y se dio un trompazo con la puerta de la cabina, que seguía entreabierta.
A los gritos de los pilotos se unieron los de la mujer, hasta que, un minuto después volvió a aparecer con la cara ensangrentada y un chichón enorme en la frente.
- ¡Un médico! – gritó un pasajero con aspecto de ejecutivo aunque, pensó Romualdo al observar con más detenimiento y ver que no podría tener más edad que él, no podría ser más que un becario con suerte ó enchufe - ¡Esta mujer esta heridaaaaaaaa...!
El avión había girado a babor de un modo tan brusco que se había llevado al héroe y a su frase heroica al carajo.
Monique se abrazó con fuerza a Romualdo que, al el contacto de la joven con su cuerpo dio gracias a un Dios que nunca le había parecido demasiado convincente por dos cosas: Por no consumir los alimentos ricos en fibras de los que se atiborraban sus progenitores y por llevar unos vaqueros tan apretados que no permitían traslucir ninguna emoción.
La azafata se levantó y dando traspiés se dirigió hacia la cola del aparato sin que nadie se molestara en ayudarla; todos los pasajeros consideraban que era una profesional y ellos ya tenían bastante con mantenerse sujetos en sus asientos entre los vaivenes del aparato.
-Vamos a morir– Dijo de pronto Monique; sus ojos brillaban como una aurora boreal, sobre todo sus iris, ó así se imaginaba Romualdo que debían de ser estos fenómenos – me alegro de haberte conocido.
-¡Me cago en mi puta vida! – Esto sólo lo pensó el muchacho mientras acariciaba el cabello de la virginal belleza que se apretaba junto a su cuerpo- Con lo bien que la tenia que chu…
-. Atención, señores – interrumpió el hilo de sus pensamiento la voz del piloto – por motivos de seguridad ¡Hijo pu....! Perdón, por motivos de seguridad nos vemos obligados a realizar un aterrizaje forzoso. Abróchense los cinturones...
Monique se abrazaba cada vez más, pero, tal vez fuera la trascendencia del momento, tal vez la ternura que sentía ante un ser indefenso – como él -, la hinchazón dejó paso a un atisbo de pensamiento; el ser negro que había visto pasar hacia la cabina de los pilotos le hizo hablar:
- Oye, Monique, si sobrevivimos podríamos salir, no sé, si te apetece...
Todo esto se lo debió de contar muy despacio, susurrando en su oído, porque cuando se quiso dar cuenta estaba en tierra, con Monique todavía abrazada a él, pero con una expresión en los ojos muy distinta a cuando se había presentado.
Besó en los labios a Romualdo, que no entendía nada, sólo le había dicho adiós a su manera, aunque no sabía qué cojones le había contado.
El capitán salió de la cabina maldiciendo en seis o siete lenguas mientras se limpiaba la sangre de la cara y de los brazos; su ayudante de vuelo, en idénticas condiciones levantaba en vilo a un gato negro, que bufaba como endemoniado, sujetándolo por el cogote.
- ¡Quiero que se identifique al dueño de este animal!- gritaba el comandante- y se le detenga.
La policía interrogaba fuera ya del avión a los pasajeros mientras el comandante seguía despotricando.
- Hay que sacrificarlo! - gritaba – es un peligro para la seguridad.
- Pero capitán, sólo es un gato.....
- ¡No me refiero al gato! ¡Al dueño, cojones, Al dueño!.
Romualdo y Monique, ajenos al jaleo que se había formado en torno al avión, se marcharon juntos a la terminal de pasajeros, sentían que de alguna manera una vida nueva se presentaba ante ellos, algo parecido a la felicidad llenaba sus corazones o sus mentes o lo que fuera.
- ¿Sabes? – dijo Romualdo – A pesar de todo estas son las mejores vacaciones que he pasado.
- Pues yo creo que estas van a ser las mejores vacaciones que voy a pasar – contestó ella- si comienzan de esta manera... 

@Pacoespada1

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