miércoles, 12 de junio de 2013

El matrimonio de Pedro Malas Artes


Había una vez una moza que era rondada por un rapaz que, aunque tenía buena planta, no tenía mucha sal en la mollera. Muy listo no era, ni mucho ni poco, es decir: nada. Se llamaba Pedro el mozo, pero le daban en decir "Pedro Malas Artes", no por su maldad, que no la tenía, sino por los desaguisados que organizaba él solito.
La moza que él rondaba fue un día a dar de comer a los cochinos que tenía. Pedro estaba de visita en casa de ella, y desde la cocina le oyó decir: "siete puercos menos seis nunca veis, pero os mordéis", que viene a querer decir: os j..., os aguantáis; ya que la comida que les había llevado estaba hirviendo y les quemaba los hocicos, y los animales se quejaban.
Pero Pedro no lo entendió así, porque, como hemos dicho, muy listo no era. "siete cerdos y otros seis hacen trece, ¡No sabía que esta mujer fuera tan rica! Me tengo que casar con ella enseguida, antes de que otro me la quite" pensó el bueno de Pedro, y dicho y hecho: en cuanto la mujer regresó le pidió que se casara con él inmediatamente; cosa que hicieron una semana después.
Pero la vida de casado no solo era holgar como Pedro creía,; un día llegó su esposa y le dijo:
- Pedro, el arado está roto, y no tenemos yugo ni herramienta que valga la pena, así que a ver que hacemos.
El bueno de Malas Artes entendió la indirecta, aunque parezca mentira, y le dijo a su mujer:
- Pues mañana mismo voy a cortar un carballo (un roble en nuestras tierras), lo traigo a casa y yo mismo hago las herramientas.
Al día siguiente unció la pareja de vacas al carro y se fue a un monte cercano; buscó un árbol en condiciones y escogió el carballo más grande que encontró. Después de unas cuantas horas de hacha y sudor el roble comenzó a ceder, y Pedro pensó:" si pongo el carro debajo, cuando caiga el carballo quedará encima y me ahorraré el trabajo de cargarlo".
Dicho y hecho, colocó el carro junto al árbol con vacas y todo, cuando el corpulento y pesado roble cayó, aplastó carro y vacas.
- Pero quei fice - el infeliz se echaba las manos a la cabeza - rompí el carro y maté las vacas, y ahora mi mujer me va a matar a mí. Ya sé: me voy a poner en ese camino por el que pasan los gallegos que, como cambian de todo, me cambiarán a mí también, así luego ella no me reconocerá.
Así pues, se fue al camino por donde pasaban los buhoneros gallegos camino de la meseta, con la esperanza de que le cambiaran por otro, ya que en su simpleza, Pedro creía que hacían trueque con todo, incluidas las personas. Se tumbó a un lado en la hierba para esperarlos, pero al rato se quedo dormido.
Cuando despertó ya estaba el Sol muy alto y tenía hambre, pero recordó lo que le había pasado y le dio miedo volver a casa; pero el hambre pudo más que el miedo, así que, muy lógicamente pensó:
- Ya no soy yo; ya me cambiaron los gallegos.
Y se marchó a casa tan contento. Mientras, como tardaba en volver su mujer había salido a buscarlo. Dentro de la casa no había nadie y la comida estaba sin hacer; su suegra, con la que vivían tampoco estaba, ya que debía estar trajinando en el huerto.
"Qué hambre tengo" pensaba, y fue a la alacena y cogió lo primero que encontró dentro, que no era otra cosa que un trozo de manteca del tamaño de un queso, al cual, ni corto ni perezoso ensartó en un espetón y lo puso a asar en la lumbre. Bajó después por vino a la bodega y, cuando estaba sirviendo el vino de un pellejo que allí había a una jarra recordó la manteca que había dejado en la lumbre y subió corriendo porque temía que se le quemase, pero cuando llegó a la cocina se encontró con la manteca derretida y echando chispas sobre el fuego. Entonces recordó algo:
- ¡Ay, que me he dejado el pellejo abierto!
Bajó corriendo a la bodega y se la encontró convertida en lagar, las patatas; las banquetas y todo lo que estaba en el suelo nadando en vino. Chapoteando en el caldo huido buscó a tientas una escoba para barrerlo, pero solo encontró a una gallina que había elegido un rincón del sótano para incubar. Sin pensárselo demasiado, cogió la gallina por las patas y se puso a barrer el vino con ella, pero con tanta energía que acabó matando al pobre animal.
- Esta gallina es de mi suegra - pensó al verla muerta - si se entera me mata, si no lo hace antes mi mujer por las vacas, además, ¿quién incubará ahora los huevos? Ya sé lo que voy a hacer: los incubaré yo, y así pensarán que soy la gallina y me dejarán en paz...
En esto andaba cuando llegó la suegra diciendo:
- Mi pobre gallina, las horas que son y aún no le he dado de comer - y la llamaba - Pita, pita, ven por la comida.
Y Pedro desde la bodega no hacía si no cloquear para que la vieja no notara la falta. Pero la mujer, viendo que la gallina no aparecía bajó a buscarla, encontrándose a Pedro Malas Artes sentado en el nido y cloqueando. Al ver a la mujer, se llevó tal susto que salió corriendo de la bodega y de la casa, y la mujer salió detrás insultándole; lo huevos, que se le habían pegado a los pantalones comenzaron a caerse a causa del vaivén y Pedro, pensando que eran piedras que le estaba tirando la suegra y que caían muy cerca, no paró de correr hasta Portugal.
Cuando su mujer llegó a casa y vio los destrozos que Pedro había hecho se dio a todos los demonios y lo maldijo echando culebras por la boca, y ya no quiso saber nada más de él. Se quedó en casa con su madre y vivió feliz sin pensar ni por asomo en buscar otro marido.

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