Picota: monumento en forma de columna de
piedra
en el que se exhibían públicamente las
cabezas de
los ajusticiados y se exponía a los reos
a la vergüenza publica.
a la vergüenza publica.
(Enciclopedia Universal
Multimedia Planeta)
La Picota era una piedra grande, de color rojizo veteado de blanco, rematada en una especie de asiento y, en la parte que podría corresponderse con la prolongación del respaldo tenia dos agujeros separados por unos quince centímetros en transversal.
Cada agujero podría tener un par
de centímetros de profundidad aunque, antiguamente serian unos cuantos
más. Servirían para anclar en ellos algún tipo de perno.
La Picota siempre había estado allí, junto a la casa de mis
abuelos, y como dijo el poeta, no era de nadie porque era de todos. Su utilidad
era la de dar asiento a cualquiera que le apeteciese pararse a charlar un rato,
sobre todo al atardecer; era el complemento ideal del “Mazadero de Ti Felisa”
una larga piedra pegada a la fachada de la casa vecina. En las dos piedras la
gente se sentó durante muchas generaciones a conversar de esas cosas de las que
se habla en los pueblos; en la época de mis bisabuelos se charlaría sobre las
cosechas, los sobresaltos políticos de entonces, de la caza... En los tiempos
de mis abuelos se hablaría – en voz baja – del transcurso de la guerra, de las
dificultades que había para amasar pan de trigo a escondidas por el temor a que
lo requisaran, y años mas tarde, de la rotura de la presa que se llevó consigo
a Ribadelago, sepultándolo con sus habitantes bajo las aguas del lago de
Sanabria en un funeral marinero trágico e improvisado.
En tiempos de mis padres, ya en plena emigración, se comentaría
cómo le iba a cada cual en sus nuevos países o ciudades de adopción;
recordarían con nostalgia los años de cosechas y los bailes los días de fiesta,
cuando estrenaban zapatos; ya no les parecerían tan malos aquellos tiempos,
pero a los que no regresarían ni locos, era una vida muy dura.
La picota era el punto de unión y reunión de sucesivas
generaciones. Ya en mi juventud (no tan lejana) era punto de encuentro nocturno
donde nos preparábamos para ir a alguna fiesta en un pueblo vecino; era donde pasábamos
el rato esperando que un alma caritativa nos quisiera llevar en su coche.
Alguno conoció allí a la que después sería su mujer, o se enamoraría en
secreto, sin que la persona objeto de esa pasión llegase a enterarse nunca.
Parece mentira que una piedra que tuvo una función tan siniestra y poco grata
durante su vida laboral, tras su jubilación resultara tan acogedora, y ayudara
a la exaltación de la amistad así como a otros sentimientos agradables. Era
como una abuela benévola que concedía, además de asiento, su compañía muda y afectuosa.
Y así se mantuvo año tras año, imperturbable como la roca que era,
hasta que un día, junto a la casa de mis abuelos, que ahora pertenecía a mi tía
, faltaba algo. Al principio no comprendí qué era, pues a veces nos
acostumbramos a ver las cosas siempre en el mismo sitio hasta el punto de no
darnos cuenta que ya no están ahí, las seguimos viendo por la misma fuerza de
la costumbre, como el manco al que le duele el brazo que ya no tiene.
La picota había desaparecido, y con ella un pedazo de historia de
mi pueblo, cuando la casa de mis antepasados era la cárcel del lugar, cuando se
ajusticiaba a los reos o se les encadenaba a la piedra; pero también sé había
perdido una parte de mi propia historia, y de todos aquellos que alguna vez sé
habían sentado allí para descansar un rato y conversar.
Tengo entendido que alguien ordenó que se cortara la piedra
porque, al parecer estorbaba el paso de vehículos. Yo siempre vi pasar por allí
coches, tractores y hasta camiones; con mayor o menor dificultad siempre
conseguían pasar, igual que ahora. Es irónico que algunas (una minoría por suerte) personas que se consideran a sí
mismas más cultas e inteligentes que la gente menos instruida, puedan dar
muestras de tan descomunal ignorancia; tal vez esta persona no encontrara nada
mejor que hacer mientras desempeñaba sus funciones. Alguien, en nombre de un
dudoso “progreso” había hecho extirpar una porción de nuestra cultura, tanto
histórica como vital.
El caso es que La Picota ya no está, aunque continuará haciéndome
compañía en la memoria, como a muchos otros. Espero que nadie esperase
encontrar en estas líneas un tratado de historia sobre Vigo de Sanabria, nada
mas lejos de mi intención, en todo caso se trata tan solo de un tratado de
nostalgia.
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