miércoles, 2 de mayo de 2012

El color de la clepsidra



A cualquiera que no sepa lo que es una clepsidra le diré que no es un animal venenoso, se trata nada más – y nada menos – que de un dispositivo sencillo llamado reloj de agua que, como su nombre da a entender, sirve para medir el tiempo, o más concretamente sus intervalos. Sin embargo, a mi me gusta salir del agua y tenderme en la arena. Ese es otro reloj, tan curioso que, cuando es lo suficientemente grande, por él navegan camellos, hombres y mercancías.
La parte superior tiene forma de copa, es transparente y contiene arena muy fina, que deja escapar como por descuido a través de una garganta de cristal que da paso a una copa invertida, allí se acumula el polvillo dorado y, por así decirlo, también el tiempo.
Yo, debo advertirlo, no soy un entendido si no un simple aficionado a los relojes y por extensión, al tiempo, aunque no he logrado entenderlo hasta el extremo en que lo hacen los virtuosos, que pueden detenerlo e incluso hacerlo retroceder.
En cuanto a los relojes, imaginad que antes pensaba que una clepsidra es un reloj de agua, con un nombre tan líquido como el de los reyes hititas. Creía que no podía ser de otra forma. Debo admitir que también me sorprendió que dando la vuelta al artilugio la arena fluyera de nuevo, aunque no sabía si ese acto hacía que el reloj contase el tiempo hacia atrás o es que iniciaba un nuevo ciclo.
La clepsidra no parece nada del otro mundo hasta que se aprende a apreciar su color. Yo podía contemplarla durante horas sin saber por qué, hasta que comprendí su hermosura siniestra, hasta que tuve que hincarme de rodillas para rogar a los dioses pasados, presentes y futuros que me mostraran el secreto de su extraordinaria belleza. Al fin descubrí que no era un reloj de agua porque su hermosura era la de una tormenta de arena, no la de una ola gigante.
En medio de esa tormenta, la lluvia de oro golpea mi rostro, azota mi piel con millones de agujas y me muestra, como un velo tenue, un arco iris de oro, de plata, de titanio, de diamante… oros y sombras solo para mí. ¿Por qué?
¡Qué hermosas las paredes de esta clepsidra, dotadas de ningún lugar! Unos cristales tan limpios que me muestran de niño, muy pequeño intentando comer un trozo de periódico mojado en leche; creo que no me gustó demasiado, escalando una silla, una gran proeza, y siendo un jovenzuelo viviendo la dureza del desamor; mis lágrimas sobre un féretro, y sobre otro féretro; mi piel emergiendo de la muerte y mis rosas más preciadas sobre otra tumba y sigo envejeciendo. La clepsidra muestra su cielo dorado, el color de una vida cualquiera; tal vez el tiempo no ha existido nunca; solo ahora, cuando arroja su arena sobre mí para acabar de enterrarme.
Tengo que hacer un esfuerzo o esa ola acabará conmigo.

 @pacoespada1