sábado, 17 de agosto de 2013

EL MONEDERO


 
Aquel día no había empezado bien; conducía mi autobús a través de las calles mojadas, y ya había estado a punto de tener un par de accidentes. Tal como llevaba la mañana no esperaba nada bueno de ella. Tenía ganas de acabar y de llegar a casa y en ésto iba pensando cuando de pronto oí un grito.
-¡Mi monedero!¡Me lo han robado!
Se me cayeron encima los palos del sombrajo. Sabía lo que esto significaba: discursiones, jaleo y finalmente un informe por duplicado para la compañía de transportes y para la policía.
Alguien apuntó la posibilidad de que un joven que iba montado detrás de la víctima, una chica a la que conocía de vista, hubiera sido el autor del robo. Detuve el autobús cuando vi que la discusión subía de tono; el muchacho se defendía de la acusación vigorosamente, aunque con educación (utilizaba algunas palabras que yo ni siquiera entendía). También conocía al chico de vista y siempre se había comportado correctamente, yo pensaba que no podía ser el ladrón, aunque cosas más raras se han visto. Tenía más bien aspecto de estudiante; terció en la discursión otra joven defendiendo al acusado y la bronca se empezó a descontrolar. En ese momento intervine yo:
-Señores, no pueden continuar así en el autobús, si hay algo que aclarar, diríjanse a la comisaría.
-No hay nada que aclarar conmigo -respondió el muchacho-, yo no tengo ningún monedero como podéis ver. No llevo bolsillos donde esconderlo.
-Puedes haberlo tirado por la ventanilla, listo -repuso la víctima-
-Perdona guapa, -dijo la mujer que había salido en defensa del chico- pero conozco a este chico desde hace mucho tiempo y no es ningún ladrón. Se llama Luis y es estudiante; lo suyo es la filosofía, no el robo.
-Ya, ¿y quién me asegura que no eres tú su cómplice?
-Oye, eso sí que no te lo permito -contestó la aludida-. Yo tengo una dignidad; además no necesito robar monederos con los cuarenta duros del bocadillo de una niñata como tú.
Aquello ya se estaba convirtiendo en un auténtico gallinero; me recordaba a uno de esos debates parlamentarios que ponen en la televisión. Me puse en medio de los tres porque pensé que llegaban a las manos.
-Bueno señores, -dije- hagan el favor de bajarse del autobús, que llevamos aquí diez minutos parados. Si quieren hacer denuncias la comisaría está a la vuelta de la esquina.
-Yo creo que deberíamos seguir algún método racional, -dijo el joven- en vez de discutir, para tratar de resolver esto.
Yo estuve de acuerdo y la joven que había dicho ser animadora cultural apoyó la moción. La víctima, ya más tranquila, accedió a pensar las posibilidades que podrían existir en torno al robo de su monedero. Todas fueron desechadas una por una: no se había dejado el monedero en casa, de eso estaba segura. Tampoco se le había acercado nadie mientras caminaba hacia la parada, y en esta había permanecido sola. Tampoco se había acercado nadie a ella durante el trayecto, por lo que la unica persona que había estado junto a ella, sentado justamente detrás, era el estudiante de filosofía. Todos los indicios lo acusaban. El joven dijo que tenía que existir otra posibilidad.
-Vamos a reconstruir los hechos; vamos a ver, ¿en qué momento te has dado cuenta de que te faltaba el monedero?
-Bueno, pues justamente cuando hemos pasado la última plaza, he abierto el bolso para coger mi carné de estudiante, yo estudio ESO, sabéis, lo he abierto así y...¡AY!
La cara de la chica fue cambiando de color, hasta ponerse como una guinda de roja.
-¿Qué pasa?- preguntamos todos.
-Que lo tengo aquí, es que...lo había metido en otro compartimento y ...
-¿El carné?
-No...el monedero, yo, yo...
La infeliz estaba a punto de llorar, no acertaba a pedir disculpas, pero los otros mostraron ser muy comprensivos. Después de alguna vacilación, al ver los pucheros de la pobre, la consolaron.
-Cualquiera puede equivocarse; no pasa nada...
-Baja con nosotros a tomar un café, venga.
Al final todos quedaron contentos, también yo aunque me había quedado a mitad de la ruta.
-Yo me llamo Luis, ¿y tú?
-Yo Diana, perdóname...
-No importa.
-Yo soy Marian, encantada.
-¿Viene usted, jefe?
Tenía el autobús en medio de la calle, llegaba tarde en la ruta, y mi mujer me estaría esperando con la comida, pero dije:
-¿Por qué no?, por un día...

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