martes, 23 de julio de 2013

MI ABUELA

 ¿Alguien cree aun en los espíritus?
Yo en concreto, no demasiado; sin embargo la otra noche, cuando miraba el cuadrito que se encuentra en la mesa del salón, a mi izquierda, sentí un escalofrío.
      En dicho cuadro hay una fotografía de los rosales que hay en mi casa, en Vigo; y entre los rosales se ve a mi abuela Maruja – que ya no está entre nosotros – con mi madre. Digo que sentí un escalofrío porque, mientras me llevaba a la boca la taza de café que había preparado para pasar la noche, mirando distraído la fotografía, tuve la sensación de que alguien me pasaba la mano por la espalda al tiempo que decía:
- Anda, que tienes espaldas de  molinero…
    Naturalmente, giré la cabeza hacia un lado y hacia el otro, pero no había nadie.   Lógico,  cómo iba a haber alguien si estaba sólo en casa. Además, la dichosa frase sólo la podría haber pronunciado una persona: la señora de la foto, mi abuela.
    Yo, lo confieso, me asusté un poco, y tentado estuve de llamar a alguien para pedir ayuda. Pero, para qué, si de todas formas todo quedaba en familia. No procedía meter en esto a los cazafantasmas cuando de lo que se trata es de mantener una relación fluida con aquellos que nos quieren – supongo que  mi abuela me seguirá queriendo a pesar de mis defectos – así que pregunté al aire: “abuela, ¿estás ahí?”
    Ni se dignó a contestarme. Tampoco me molesté por ello, porque la mujer está mayor, ahora tendría noventa y pico de años, y ya no son edades para andarse con bromas. Bastaba con hacerme saber que era ella.
    Todo un misterio, ya que cualquier espíritu declinaría el trago de venir a molestarme sabiéndome tan racional; pero ella, mi abuela María Victorina Tomasa Genoveva tiene la suficiente confianza como para presentarse sin avisar. Ni se molestó en hacer una aparición triunfal, simplemente me pasó la mano por el lomo recordándome mi ser material, mi parte animada; todo aquello que es vida, que dura tan poco que lo más importante es no desaprovecharla. Mientras nos movemos – en cuerpo o espíritu – existimos, para después pasar a la nebulosa extensión del recuerdo, y eso es lo que me quiere decir cuando me  mira desde el cuadro y el rosal, mientras mi madre sonríe detrás de ella.
    No sé si alguna vez volverá a sorprenderme con su visita, quizá vino a comprobar si me he civilizado un poco, si he  madurado; lo que si habrá constatado es que mi      caligrafía sigue siendo obra de los demonios, como ella diría.

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