sábado, 26 de noviembre de 2011

Isla Tortuga

Esta es, naturalmente, una historia de piratas.
Como  tal, su centro de operaciones es la mítica Isla Tortuga. Quizá no todos sepáis el origen de la asociación entre esta isla caribeña y los bucaneros.
Hubo una época en que la Tortuga era una isla  habitada por cazadores de cerdos y de vacas asilvestrados, que vivían del comercio de esta carne, que ahumaban colocándola sobre una especie de parrilla llamada “bucán” – de ahí el nombre con el que se harían famosos – y que luego vendían a los barcos que pasaban por las inmediaciones, naturalmente de contrabando.
Las autoridades de la zona, a la sazón españolas, que detentaban el monopolio del comercio en el Caribe no veían con buenos ojos estas actividades; así pues, el Virrey de La Española envió una expedición de castigo contra la isla. Los habitantes de esta fueron masacrados sin piedad, hombres, mujeres, niños… pero fueron muchos los que se salvaron porque se encontraban cazando en el interior de los espesos bosques que había en la isla. Cuando regresaron al poblado y se encontraron el terrible panorama se juramentaron – eran todos hombres duros de pelar, y el ejercicio de la caza los había convertido en tiradores certeros – para, a partir de ese momento, no perdonar a ningún barco que se cruzase en su camino. Así nació la Hermandad de la Isla de la Tortuga.
Y fue así como se inició  una aventura que quizá causó más estragos al comercio del Caribe y trasatlántico que las propias fuerzas de la naturaleza. Y yo me pregunto: ¿Mereció la pena no hacer un poco la vista gorda y castigar de un modo tan cruel a unos contrabandistas inofensivos?
Hoy existen otros Caribes: entre ellos el editorial y el informático; en ellos navegan piratas de la talla de Sir Francis Drake o Sir Walter Raleigh – quién no ha oído hablar de los hackers y crackers - , también hay autoridades y potentados que ejercen el monopolio comercial mediante el sistema de patentes y, por último, sencillos bucaneros. Estos preparan en los modernos bucanes copias de diversos productos que luego venden a pequeña escala y a precios mucho más asequibles que los originales, aunque la mayoría lo hace gratuitamente mediante descargas en la red.
Las autoridades, celosas del monopolio suelen atacar a estos últimos (a los Drakes les tienen más respeto o miedo) y pretenden castigos desproporcionados por la copia de un libro o de un CD, han creado un canon absurdo que todos conocemos –y esto en nombre de la “propiedad intelectual”.
No hay mayor defensor de la propiedad intelectual que yo; sería tonto si no lo fuese, ya que pretendo ser escritor. Pero tal derecho oculta ciertos abusos amparados en un régimen de monopolio. Si una empresa tiene la patente de un programa informático, por ejemplo, puede ponerle el precio que le dé la gana, ya que no va a tener competencia durante un tiempo en ese mercado, y no todos podemos pagar ochocientos euros por un programa.
Se pueden defender estos precios basándose en el echo de que desarrollar un producto tecnológico resulta muy caro, pero si otro producto similar sale al mercado el precio del primero puede caer hasta la mitad – en competencia perfecta – lo que contradiría la primera afirmación. Entonces, ¿no sería mejor para todos reducir los precios desde un principio?
Tal vez así se podría evitar buena parte de la piratería, de paso se vería reducida la brecha tecnológica entre los que tienen y los que no tienen y por último, quizá pudiera desviarse parte de los impuestos que ahora se usan en atacar a esta Isla Tortuga moderna en cosas más necesarias para esa gran mayoría de la sociedad, los que no vivimos de las patentes.

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