miércoles, 8 de febrero de 2012

Una historia de amor

Esperábamos que contase algo. Todo el mundo decía que era un viejo loco, pero nadie se rió nunca de él. Nadie sabía de dónde era y siempre esperaban de él los relatos más estremecedores, que abrían los ojos y las bocas de los hombres y erizaban el pelo de los perros y los gatos, que parecían entenderle. Sin embargo no parecía que fuese a hablar, estaba a punto de dormirse sobre su jarra de cerveza; me distraje con la hija de la tabernera, que pasó a mi lado sonriéndome con picardía. Me estaba levantando para seguirla y reanudar el capítulo que había dejado pendiente la noche anterior, cuando un carraspeo que parecía venir del centro de la Tierra me interrumpió.
En mi pueblo veneramos a las arañas de Marte, que un día bajarán a la Tierra para  devorarnos siempre que seamos lo suficientemente hombres para ellas.
Esta creencia viene de una leyenda muy antigua;  la leyenda de Sohar, señor de las artes, que se había enamorado perdidamente de una joven de ojos negros, de un negro tan intenso que ensombrecían todo lo que había a su alrededor; su mirada, su pelo, su aroma, su forma de andar, todo lo que ella era la convertía en algo tan distinto de las demás mujeres que se podía llegar a dudar de que fuera una mujer, incluso de que fuera humana.
Sohar, que dominaba la magia, recurrió a sus artes para crear regalos maravillosos para ella: una fuente cuyas aguas al caer recitaban poesías de amor; un arco de triunfo, en el que el viento, al pasar a través de él cantaba canciones como lo harían los ángeles; muros pintados con figuras que se movían según su capricho, y mil sueños más hechos arte e invención que intentaban en vano atraer el corazón de su criatura amada, pero a ella no le importaba, se quedaba durante horas sentada en una roca negra a la orilla del mar. Parecía que siempre miraba más allá del cielo.
Atrapó, sin embargo, el corazón de la bella mujer la aparición repentina de unos delfines cerca de la orilla, dicen en mi tierra que los delfines no solo son listos, también son sabios. Ellos salvaron o perdieron el alma de su adorador; ellos hablaron con ella, le hablaron de un destino oscuro, de un deber por encima del tiempo, de los seres, de los sentimientos. La convencieron con su lenguaje de arpas, y la dama extraña accedió a unirse a Sohar. Solo el Sol podía unir a una pareja tan feliz. Y el Sol lo hizo. Al crepúsculo se consumó su unión; más bien se consumió. Sohar fue devorado por aquel ser que le había envuelto en fuegos de una pasión delirante, unas veces dulce, otras violenta, pero siempre distinta a la que cualquier otra mujer o cualquier otra criatura le hubiera podido dar. Sohar atravesó la línea, una línea muy nítida entre lo que un hombre debe esperar de la existencia y lo que es la existencia en sí.
Su amada lo pagó muy caro, sólo aquel hombre le había hecho sentir algo muy especial en toda la extensión de su ser, como cuerpo y como alma, pero llegó demasiado lejos, y con lágrimas inundando la oscuridad de sus ojos se marchó más allá del cielo. Dos especies distintas no se aparean, y una de ellas debe tener cuidado con las costumbres de la otra si llegan al momento de la unión. Sin embargo, Sohar, Señor de las Artes, quedo tan complacido que no le importó ser devorado por aquella ninfa sublunar.
Nuestros antepasados, nuestros magos, nuestros hombres de poder, siempre dicen que hemos de construir un mundo más perfecto para que puedan regresar las arañas de Marte, aposentarse en él y apacentarse en nuestra felicidad, que consistirá en unirse a esos seres maravillosos.
El relato me desconcertó, no sabía si me había conmovido o me había parecido ridículo, quizá fueran ambas cosas. Quise preguntarle algo, no sabía qué. Tampoco pude preguntarle nada. Parecía haberse quedado dormido para siempre sobre su cerveza.

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