domingo, 11 de diciembre de 2011

La Picota



 Picota: monumento en forma de columna de piedra
 en el que se exhibían públicamente las cabezas de
 los ajusticiados y se exponía a los reos
 a la  vergüenza publica.
               (Enciclopedia Universal Multimedia Planeta)

 
La Picota era una piedra grande, de color rojizo veteado de blanco, rematada en una especie de asiento y, en la parte que podría corresponderse con la prolongación del respaldo tenia dos agujeros separados por unos quince centímetros en transversal.
Cada agujero podría tener un par  de centímetros de profundidad aunque, antiguamente serian unos cuantos más. Servirían para anclar en ellos algún tipo de perno.
La Picota siempre había estado allí, junto a la casa de mis abuelos, y como dijo el poeta, no era de nadie porque era de todos. Su utilidad era la de dar asiento a cualquiera que le apeteciese pararse a charlar un rato, sobre todo al atardecer; era el complemento ideal del “Mazadero de Ti Felisa” una larga piedra pegada a la fachada de la casa vecina. En las dos piedras la gente se sentó durante muchas generaciones a conversar de esas cosas de las que se habla en los pueblos; en la época de mis bisabuelos se charlaría sobre las cosechas, los sobresaltos políticos de entonces, de la caza... En los tiempos de mis abuelos se hablaría – en voz baja – del transcurso de la guerra, de las dificultades que había para amasar pan de trigo a escondidas por el temor a que lo requisaran, y años mas tarde, de la rotura de la presa que se llevó consigo a Ribadelago, sepultándolo con sus habitantes bajo las aguas del lago de Sanabria en un funeral marinero trágico e improvisado.
En tiempos de mis padres, ya en plena emigración, se comentaría cómo le iba a cada cual en sus nuevos países o ciudades de adopción; recordarían con nostalgia los años de cosechas y los bailes los días de fiesta, cuando estrenaban zapatos; ya no les parecerían tan malos aquellos tiempos, pero a los que no regresarían ni locos, era una vida muy dura.
La picota era el punto de unión y reunión de sucesivas generaciones. Ya en mi juventud (no tan lejana) era punto de encuentro nocturno donde nos preparábamos para ir a alguna fiesta en un pueblo vecino; era donde pasábamos el rato esperando que un alma caritativa nos quisiera llevar en su coche. Alguno conoció allí a la que después sería su mujer, o se enamoraría en secreto, sin que la persona objeto de esa pasión llegase a enterarse nunca. Parece mentira que una piedra que tuvo una función tan siniestra y poco grata durante su vida laboral, tras su jubilación resultara tan acogedora, y ayudara a la exaltación de la amistad así como a otros sentimientos agradables. Era como una abuela benévola que concedía, además de asiento, su compañía muda y afectuosa.
Y así se mantuvo año tras año, imperturbable como la roca que era, hasta que un día, junto a la casa de mis abuelos, que ahora pertenecía a mi tía , faltaba algo. Al principio no comprendí qué era, pues a veces nos acostumbramos a ver las cosas siempre en el mismo sitio hasta el punto de no darnos cuenta que ya no están ahí, las seguimos viendo por la misma fuerza de la costumbre, como el manco al que le duele el brazo que ya no tiene.
La picota había desaparecido, y con ella un pedazo de historia de mi pueblo, cuando la casa de mis antepasados era la cárcel del lugar, cuando se ajusticiaba a los reos o se les encadenaba a la piedra; pero también sé había perdido una parte de mi propia historia, y de todos aquellos que alguna vez sé habían sentado allí para descansar un rato y conversar.
Tengo entendido que alguien ordenó que se cortara la piedra porque, al parecer estorbaba el paso de vehículos. Yo siempre vi pasar por allí coches, tractores y hasta camiones; con mayor o menor dificultad siempre conseguían pasar, igual que ahora. Es irónico que   algunas (una minoría por suerte) personas que se consideran a sí mismas más cultas e inteligentes que la gente menos instruida, puedan dar muestras de tan descomunal ignorancia; tal vez esta persona no encontrara nada mejor que hacer mientras desempeñaba sus funciones. Alguien, en nombre de un dudoso “progreso” había hecho extirpar una porción de nuestra cultura, tanto histórica como vital.
El caso es que La Picota ya no está, aunque continuará haciéndome compañía en la memoria, como a muchos otros. Espero que nadie esperase encontrar en estas líneas un tratado de historia sobre Vigo de Sanabria, nada mas lejos de mi intención, en todo caso se trata tan solo de un tratado de nostalgia.

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