martes, 17 de enero de 2012

El ligón del hiper

Uno de los motivos por los que me gusta acercarme a comprar al híper de mi barrio , aparte de hacerme con nutrientes indispensables para el sustento de la vida y otros enseres, es que me permite ver a las otras personas, lo que hacen, lo que dicen, lo que compran, y así me hago una idea de cómo son. Soy bastante observador y esta cualidad me ha permitido clasificar a los compradores en diversos tipos.
Un ejemplar curiso es el ligón de hipermercado, si, como suena; su especialidad, como el nombre indica es ligar en los hiper, como la especialidad de otros es ligar en las discotecas, en playas o en museos. La técnica de este personaje consiste en seleccionar a la víctima, esta suele ser una moza de aspecto ingénuo, nuestro artista se acerca a ella haciéndose el despistado, le pregunta por algo que dice no entender -un precio o un producto- para entablar conversación; la mujer se apiada de él y le va dando diversas explicaciones sobre lo que el otro le pregunta y sin darse cuenta se va enredando en la trampa que le ha tendido. Casi nunca funciona, aunque algunas veces haya visto que algunos salen juntos a tomar algo en la cafetería de fuera.
Lo que ocurre después lo desconozco.
El otro día, sin ir más lejos, estaba yo en la sección de salsas mirando una oferta magnífica  de tomate frito (lástima que no me guste el tomate), cuando de pronto lo ví; era uno de esos donjuanes, se encontraba al final del pasillo, como un leopardo al acecho, su mirada se clavó en la presa, una chica morena, de buen ver por cierto, que estaba en la estantería de enfrente mirando con arrobo al paquete de macarrones que tenía en la mano. La expresión de nuestro Casanova cambió a un aspecto inocente, se acercó a ella con pasos elásticos y le preguntó dónde había cogido los macarrones, que se había vuelto loco buscándolos, etcétera. Yo me había acercado con disimulo para escuchar la conversación (contra lo que se suele decir, los hombres somos generalmente más cotillas que las mujeres), y pude oír cómo el individuo le contaba que le encantaba la pasta, y que preparaba con ella unos platos como para chuparse los dedos, y que ella tenía que probarlos, y que... ¡ Y la chica le sonreía con aire de interés!
"Pobre incauta", pensé , había caído en la red, ahora él la invitaría a comer en su casa y le seguiría soltando sus rollos hasta desarmarla por completo. Estaba comenzando a pensar en abandonar mi papel de observador pasivo e intervenir; me caía bien la mozuela, y quería advertirle de las intenciones del individuo, podía ser su salvador... célebre paladín del honor de damas de hipermercado, pero ¿y si me estaba equivocando?, quiza ya se conociesen de antes, quizá no fuese un especimen de ligón, quizá...
Me sacó de mis pensamientos una sombra, como si una  nube densa hubiera pasado por encima de mi cabeza, era un individuo enorme, de dos metros y pico, con unas espaldas como paredes, portaba en una mano dos paquetes de garbanzos como el que lleva una caja de cerillas.
"¿No es Fulanito de tal, el jugador de baloncesto?", me pregunté. El portento humano caminó con pasos de dinosaurio hasta la pareja y se plantó frente a ellos dejándolos en la sombra.
-¡Ah!, cari -dijo la muchacha- , encontraste los garbanzos, este chico me estaba explicando una receta de macarrones gratinados, te la prepararé un día de estos.
El gigante fulminó con la mirada desde su altura al otro, que pareció encogerse como un ratón, y dijo con su grave voz de campana que se hacía tarde.
-Adios- Retumbó el eco de la voz del gigante por las estanterías
La chica se despidió del seductor frustrado sin dejar de sonreír, mientras su acompañante se cogía a su cintura -casi la rodeaba completamente con su brazo enorme - Antes de perderse abrazados empujando el carro hacia la salida, ella se volvió y le dijo riendo a nuestro seductor:
-Por cierto, no me gusta la pasta, los macarrones son para mi novio.
El ligón se había quedado solo, como un buitre alicaído, sonreía de mala gana. La función había terminado y yo también me fui, pero al pasar junto a él no pude evitar reírme.

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