sábado, 7 de enero de 2012

LAS REBAJAS


 Ya llegó enero con su cuesta; se acabaron las navidades y ahora viene otro asuntillo. No dejo de pensar en el extraordinario efecto que producen determinados fenómenos en el consciente o inconsciente, no lo tengo muy claro, colectivo. Por ejemplo las rebajas. 
En enero todos los años lo mismo; pongo las noticias y veo la entrada de unos grandes almacenes todavía cerrada. Por los cristales se ve el gentío agolpado, como esperando la bendición del Papa. De pronto se abren las puertas y se organiza una estampía que recuerda las migraciones de los ñus en pleno apogeo; sólo faltan los cocodrilos comiéndose a algún comprador para completar el cuadro.
El pueblo llano se desparrama por las estanterías y los expositores, la rebatiña alcanza su máximo esplendor: aquí dos personas agarran un jersey, cada una aferrada a una manga, se miran lanzando puñales por los ojos hasta que el contrincante más débil suelta su presa; allá otros dos discuten por unos pantalones de los que solo queda esa unidad; acullá varias mujeres rodean a un vendedor hablando todas a la vez, mientras el pobre hombre (sin ánimo de ofender) no sabe dónde meterse ni cómo apaciguar a las clientas exaltadas.
Poco a poco las aguas vuelven a su cauce, se desatan nudos gordianos y se resuelven los conflictos a medida que van quedando menos cosas interesantes que comprar. Cada cual lleva el fruto de su caza, unos lo que querían, otros lo que les dejan, todos se dirigen con el rostro algo más relajado a la caja.
Este caballero con una chaqueta dos tallas más grande que la suya; esa señora con un bikini de colores chillones que ya veremos si lo llega a usar; esa otra cargada con ocho artículos, cuando sólo había ido a comprar uno, a lo sumo dos; la que va detrás con dos uñas rotas en la refriega, y puede dar gracias.
La liturgia de las rebajas se va desarrollando día a día hasta que termina enero, el público va desangrando paulatinamente sus bolsillos o sus tarjetas de crédito, ya bastante depauperadas anteriormente, al tiempo que engordan por el sistema de vasos comunicantes las cuentas de comercios y grandes almacenes. Las rebajas junto con las navidades representan a Eldorado para sus economías.
Terminamos el mes de rebajas con una herida, no en el corazón sino en la cartera, porque cuando echamos cuentas vemos que el chollo no lo es tanto, que vamos a pasar febrero comiendo bocatas de mortadela y que obran en nuestro poder unos cuantos productos que no necesitamos ni, seguramente, llegaremos a usar nunca; irán a parar a un trastero con parte de los regalos de reyes, los que no queremos ver ni en pintura.
Es entonces cuando comprendemos que las sacrosantas rebajas no son una tradición que nos ayuda a ahorrar, sino un anzuelo que nos engancha por los ojos y nos obliga a malgastar el poco dinero que nos quedaba después de la maratón consumista navideña. Así que, ya bien ordeñadas nuestras cuentas corrientes y con unos cuantos objetos inútiles más pensamos: “bueno, esto solo es una vez al año, y total, no vamos a salir de pobres”. 
Ya algo más tranquilos después de esta brillante idea nos sentamos a esperar a las rebajas de julio.


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