miércoles, 18 de abril de 2012

Ciudad yerma


Aquella mañana me levanté y comprobé que no había nadie en casa. Después del desayuno me asomé al balcón; lo primero que me sorprendió fue el silencio que lo envolvía todo. Tras comprobar que el día era soleado volví dentro de la casa y encendí el televisor, pero se debía de haber estropeado, porque no conseguí sintonizar ningún canal.
Decidí salir a dar un paseo para bajar el desayuno. Bajé por General Ricardos; reinaba una tranquilidad inusual y no había nadie a esas horas por la calle... ¿a esas horas?: las doce del mediodía en mi reloj; no era posible. Miré a mi alrededor; las tiendas estaban abiertas y había luz dentro, pero se encontraban vacías; tampoco existía el habitual bullicio en los bares. Por la calle no caminaba nadie; no había ruido de coches, ni de pasos, ni de pájaros, no había miradas... Nada.
Llegué al puente de Toledo y crucé un Manzanares perezoso y abandonado por los patos; el único signo de vida que había encontrado en todo mi recorrido eran los árboles cuyas copas, al no correr aire ninguno permanecían en silencio Subí por la calle Toledo cada vez más perplejo. ¿Qué habría pasado con la gente? No me había encontrado ni un alma en todo el camino y la Puerta de Toledo parecía decirme con su boca enorme: estás solo.
Crucé el Madrid de los Austrias envuelto en un manto fantasmal y entré sobrecogido en la plaza Mayor que parecía inmensa sin el bullicio de los turistas, los pintores callejeros y las palomas. Ni siquiera la estatua ecuestre de su centro parecía prestarme atención, extrañada quizá por tanto abandono. Atravesé la plaza en silencio como una sombra que huye de la luz, crucé la Puerta del Sol, carente de su gentío acostumbrado y entré en los grandes almacenes de Preciados. ¡Nadie! La nieve iluminaba las pantallas de televisión; decidí tomarme todo el asunto a broma, después de todo la situación, aunque extremadamente rara, tenía algunas ventajas: podía consumir lo que quisiera y hacer lo que me diera la gana. Subí a la cafetería y me serví una cerveza, que por supuesto no pagué. Después de beber un par de cervezas y con el ánimo más alegre fui a la sección de deportes, me puse una camiseta de Messi y lancé balonazos contra los maniquíes mudos; pero pronto me aburrí, los maniquíes no eran buenos compañeros de equipo
Volví a la calle vacía y me senté en el suelo en medio de la Puerta del Sol, asustado, mirando cara a cara a un Madrid sin alma, porque la vida, el alma de la ciudad, había sido devorada por algún dios siniestro. Tal vez lo que me estaba pasando fuese una pesadilla, si, eso era, todo era un sueño; pronto despertaría y quedaría inmerso en el santo ajetreo cotidiano Y allí me quedé, solo, sin saber que hacer; esperando ese despertar que no llegaba.
Y pasó ese día, y el siguiente, y el otro...

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